febrero 04, 2021


Tres micros tres... 


El cronolabriego y el cronoagricultor

Gastamos la tierra, la cansamos, la arañamos tanto y la drogamos tanto que ya no nos contesta con comida. Con el viaje en el tiempo llegamos hasta la tierra virgen, fuimos eligiendo los períodos más propicios, pusimos colonias con labriegos y agricultores. Cultivamos en varios dryas del cenozoico, colonizamos casi todo el holoceno, sembramos todo, en todo lo negro enterramos semillas, enharinamos las eras geológicas para producir alimentos que desnutran sistemáticamente el presente; es tanta la producción que por meterse en nuestros cultivos gran parte de los dinosaurios se extinguen envenenados con cereales y legumbres, modificamos los cultivos para que los mosquitos gigantes no apetezcan comerlos. En una brecha geológica que prefiero no revelar cultivamos hongos para la resistencia. Con instalaciones grandes pero no inmensas traemos al presente la proteína vegetal en forma de cubos concentrados. Cultivar en el pasado ha sido nuestra segunda gran invasión. ¿La primera? Invadir a la población con harinas, legumbres y cereales. Los colonos aprovechan la fauna que les provee su era.



La trigoevangelización

Los teólogos marinos y los sacerdotes vegetarianos salieron a recorrer el mundo, evangelizar a los animales, convencerlos de las apologéticas carnívoras. Yahvé y Abel ya habían sido excomulgados por carnívoros, al panteón de los dioses anatemizados por alimentarse como paganos. Entronizaron al agricultor Caín y a su padrastro Adán. Los teólogos marinos buscaron y no encontraron dónde los peces escondían a los cerdos, guardaban las vacas y los pollos que comían; torturas náuticas, sumergieron inquisiciones y navegaron testimonios y delaciones mamíferas. Los sacerdotes vegetarianos prefirieron el extermino de los animales que no contestaban a sus preguntas y de las especies que no chupaban, lamían o mamaban la soja y los licuados. Hasta llegaron a prohibir el consumo de huevos por considerarlos carne en potencia.


La carne es la nave

Sin carne, la sangre no tendría un lugar en el mundo; temerosos de una inundación sanguínea dispusimos no matar para comer, el constante derrame de sangre en los suelos podría transformar en carnívora a la madre tierra y devorarnos. La mejor arca de que disponemos son los cuerpos de carne. No sea que por el amor del enfermizo dios trigo nos envíen otro Noé, un Noé tan submarino que no reconozcamos ni su nave (quizá de carne) ni él encuentre dónde encallar a los nuevos hambrientos que rescató.


Daniel Battilana